Indeseada compañia
(Reproduce la música y comienza a leer)
Sarah está en su habitación, sentada en el piso, en
posición fetal, meciéndose… Levanta su cabeza, abre los ojos y comienza a tocar
su cara, no de una forma dulce, sino más bien con odio. Ríe y aruña sus brazos,
se levanta. Luego llora e intenta sentarse de nuevo, pero no puede. Alguien lo
impide, pero ella está sola. No hay nadie más.
Helena aparece. Sarah se pierde. Está oprimida en su
propio cuerpo. Helena está de pie con actitud de dominatriz, analizando cada
espacio de la habitación. “Tú nunca ganarás, nunca lo has hecho. Toda tu vida
te han abandonado, ¿no es así? Porque a nadie le sirves, pero yo sí. Yo siempre
he sido mejor. Todos me querrán cuando no existas más, y nadie va a recordar a
la inútil perra que solía vivir en este cuerpo”, exclama con risas mientras
camina en círculos. Helena es sensual, extrovertida, todo lo que Sarah no es,
pero aún así no puede esconder la
ansiedad de Sarah reflejada en el movimiento involuntario de sus dedos.
“Por fin seré libre. No debe faltar mucho para que tu
estúpida alma se separe de la mía. ¿Sabes lo que haré? Tendré a todos los
hombres que quiera. Viajaré y seré reconocida. Todo eso que nunca pudiste
lograr por ser una pobre niña tonta. ¿Enseñar a los niños? Ay, por favor.
¿Quién podría interesarse en alguien así?”, grita con rabia, pero sin dudar. Al
mismo tiempo, se mira en el espejo acomodando cada parte de su cuerpo. Peina su
cabello con los dedos, acaricia sus
piernas, brazos, abdomen… Se siente bella y poderosa. Sonríe segura de que será
la dueña total del cuerpo que posee.
Helena se paraliza. Queda mirando a la nada. Sarah logra
zafarse de su dominio. Solloza. Recorre la habitación buscando algo. Lo
encuentra y sonríe débilmente. Es un frasco de pastillas. Lo abre, saca dos y
las toma. Helena regresa y lanza el frasco al piso.
Sarah logra controlarse y va recogiendo una por una las
pastillas del piso. Llora e intenta limpiar sus lágrimas que siguen cayendo por
sus mejillas. “¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ ME HACES ESTO?”, grita exasperada mientras sigue
recogiendo las pastillas. Toma una y la mira fijamente. “Tal vez no siempre terminas
ganando, ¿sabes? Tal vez puedo ganar yo esta vez”, se dice así misma mientras
se levanta y camina hacia el espejo.
Sarah gime de dolor. Helena lucha por dominarla y lo
logra. El frasco cae al suelo de nuevo. Se endereza y retoma la postura digna
de una mujer segura de sí misma, dominante. Regresa al espejo y se analiza. Da
vuelta y se acerca a una silla. Ahí ve un vestido blanco y corto. Sonríe. Lo
toma y comienza a quitarse la ropa de Sarah. Se coloca el vestido consciente de
la idea que reflejará tan ajustada prenda. Camina y sonríe con maldad.
“¿Ahora ves que sí puedo ser un ángel? Después de todo
fueron tus manos las que asesinaron a tu querido amigo. ¿En serio pensabas que
llegaría a amarte? Aparentar un poco hará que consiga lo que quiero, y eso es
precisamente lo que haré, querida hermanita”, explica tranquilamente para sí
misma.
“TÚ JAMÁS SERÍAS UN ÁNGEL, ERES UNA ASESINA. No dejaré
que logres nada”, grita Sarah causando que Helena pierda el control. Corre y
toma el frasco de pastillas. Lo abre y toma las que puede sacar. “¿Qué crees
que haces, niña inútil?”, exclama Helena desde su interior.
“Matarte, eso hago”, afirma Sarah con una tranquilidad
inexplicable. “¿Matarme a mí? Te matarías a ti también, estúpida. No te
atreverías”, grita Helena con desesperación. Sarah se sienta de nuevo en el
piso. Recorre la habitación con la mirada. Respira hondo y mira el frasco de
pastillas. Sus manos tiemblan. Sabe que Helena pronto la dominará así que debe
apresurarse. Abre el frasco y toma dos pastillas más.
Sarah comienza a llorar, pero esta vez con alegría porque
logrará deshacerse de lo que la atormenta. Podrá descansar. Helena pelea, la
domina y comienza a reír estruendosamente. Sarah llora e intenta tomar todas
las pastillas que puede. Helena lo impide. Lanza el frasco al piso, pero Sarah
lo busca y lo toma de nuevo. Helena ríe y comienza a aruñarse los brazos para
que Sarah no consiga lo que quiere. Ambas luchan para oprimir a su contraparte.
Sarah llora y Helena ríe. Ambas gritan.
Sarah logra sostener el frasco el tiempo suficiente como
para introducir en su boca todo el contenido. Comienza a ahogarse. Tose y busca
por la habitación su vaso de agua. Lo consigue y lo toma. El vaso se cae y sus
manos comienzan a temblar. Sus dedos se mueven involuntariamente y sabe que
Helena es la razón. Comienza a perder el control de su cuerpo. Se cae y Helena grita.
Se acomoda en posición fetal y comienza a mecerse.
Sarah se mece y llora. Solo es capaz de eso. Helena grita
e intenta vencer, pero las pastillas comienzan a hacer efecto. Sarah solloza,
cierra los ojos y se acuesta aún manteniendo su posición. Ya solo espera el
momento de su muerte. Comienza a temblar, cada vez más intensamente, moviéndose
de un lado a otro hasta que en un momento se detiene. Yace bocarriba. Abre los
ojos de par en par. Respira profundamente y sonríe. Helena se ha ido. Sarah es
libre y no sufrirá jamás.
-MB
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